Sentada en la barra, pensaba en mi vida, mi mente vagaba, comenzaba a aturdirme de alcohol. Varias veces a lo largo de mis relaciones me pregunté lo mismo, ¿hasta qué punto el nombre de una persona puede influir en su vida? Se sentó a mi lado y me invitó un trago. A pesar de mi estado con sólo mirarlo me di cuenta que no era un tipo de muchas luces. No sé, algo en su rostro, o su sonrisa torcida me dio el indicio que a lo largo de la noche comprobé. El sólo quería llevarme a la cama, era patético su esfuerzo por conseguirlo.
- Te propongo un juego le dije. La palabra “juego” despertó su interés. En su primitiva imaginación un juego entre un hombre y una mujer sólo podía ser sexual. Su sonrisa torcida iluminó todo su rostro, haciéndolo parecer un niño.
- Voy a contarte parte de mi vida y con esos datos tenés que adivinar mi nombre. A esta altura debí comprender que mi interlocutor no sería capaz de lograrlo, evidentemente el tequila doble y la cerveza lograron enturbiar mi razón.
Su cara, al contarle mi propuesta, fue digna de un retrato. Su decepción fue evidente, el había pensado en un juego totalmente diferente.
- Es eso o me voy a mi casa ahora y sola - dije terminante. Esa afirmación le dio esperanzas que si accedía a jugar me iría con él, supuse porque se apresuró a cambiar de opinión.
- Así como me ves tuve tres novios. Y en las tres ocasiones se repitió la historia, con mínimas variantes. Carlos se fue de viaje pidiéndome que lo esperara, que a su regreso nos casaríamos. Lo esperé ilusionada. Después de tres largos años sin tener noticias suyas, apareció Rodolfo, quien me convenció después de mucho insistir, que dejara de serle fiel a un fantasma. Cansada de esperar accedí. Al año y tres meses le salió una beca para estudiar en Japón y me aseguró que una vez instalado me enviaría el pasaje para irme con él. Le creí. Estaba muy enamorada, había logrado olvidarme de Carlos, y lo esperé. Dos años y siete meses lo esperé. No me mandó ni una postal. En ese momento conocí a Pedro, le llevó por lo menos seis meses convencerme. Me enamoré como una adolescente, estábamos todo el día juntos, felices. Al año, cuatro meses y cinco días le llegó una carta. Era de su tío que vivía en Alemania, estaba muy enfermo, y pedía verlo antes de morir. De esto ya pasaron once meses. Y aún lo espero. ¿Ya adivinaste como me llamo? Era evidente que no tenía ni idea. Estaba entretenido mirando mi escote, ni siquiera se molestaba en mirarme a los ojos.
Yo no me doy por vencida tan fácilmente, así que le dije: - te doy una pista: ¡Aprendí a tejer!…
Seguía mirando mi escote, nada de lo que dijera lo distraía….
- La última oportunidad afirmé, eso despertó su interés ya que levantó la vista y me miró directamente a los ojos.
- Mi nombre empieza con Pene… Su cara se transformó en una mueca, el muy tonto salió corriendo, convencido que estaba sentado frente a un travesti.