jueves, 27 de diciembre de 2012

Aquella puerta en Katmandú



Este mes en el Proyecto de Adictos a la Escritura la propuesta consiste en hacer un relato a partir del título que nos de otra persona. A mi me tocó Aquella puerta en Katmandú propuesto por " La Novia".



Estaba todo listo. La ropa empacada, el boleto, el pasaporte. El momento tan esperado había llegado. Me sentía extraña, supuse que era por tanta excitación. Había soñado con este viaje desde que tenía memoria. Nadie entendía por qué había elegido un destino tan exótico. Yo tampoco. Hacía tiempo había dejado de cuestionarme todo. Mi psicólogo así lo había aconsejado. Mi búsqueda interior era intensa, incesante, agotadora. Era el momento de disfrutar. Encontrarme conmigo misma, alejarme de todo y de todos. Reunir el dinero fue un gran desafío, trabajé incansablemente y eso hacía que sintiera orgullo de mi misma. Emprender este viaje a un lugar tan lejano, desconocido y sola me llenaba de adrenalina. Sabía que era necesario, aunque no supiera bien por qué.
El viaje fue larguísimo, interminable. Llegué al hotel .Estaba exhausta así que preferí dormir unas horas y luego salir a comer algo. La cama me atraía como un imán, caí agotada. Tuve un sueño muy extraño, imágenes que se entremezclaban sin sentido. Me desperté empapada en sudor, fui a ducharme.Logré sentirme un poco mejor, aunque el sueño rebotaba en mi cerebro, fastidiándome.
Salí a caminar, era una noche agradable. Busqué un lugar para comer, me sentía famélica. Encontré un sitio acogedor, con aromas atrevidos e invitantes, tomé una gaseosa mientras esperaba la comida. Me sentía bastante más animada y decidí dar una vuelta antes de regresar al hotel. Caminé por callecitas estrechas, con adoquines desparejos, casas viejas, pintadas de amarillos y ocres. Quedé de una sola pieza al ver una puerta, en forma de arco, de madera oscura y muy gastada. Esa misma puerta había aparecido en mi sueño, no tenía ninguna duda. Salí corriendo, espantada. Al llegar al hotel, intenté tranquilizarme. Mi reacción no tenía sentido, me enojé conmigo misma y prometí que mañana bien temprano volvería.
A las ocho desperté relajada y feliz. Mi promesa de ayer empujaba, apretaba en mi cerebro. La ignoré. Después de desayunar decidí pasear por la ciudad, tomar fotos, comprar algún recuerdo, de otro modo mis hermanos menores no me lo perdonarían. Fui exactamente para el lado contrario que ayer, no quería volver "ahí". Me estaba comportando como una idiota, lo sabía, no podía evitarlo. No entendí como aparecí frente a la misma puerta de mi sueño, esa que había intentado ignorar todo el día. Antes de que pudiera reaccionar la puerta se abrió. Ahogué un grito. Frente a mi estaba yo misma, es decir, una mujer idéntica a mí, solo que vestía diferente, con una especie de pañuelo que se cruzaba por la espalda y un hombro, el pelo recogido y tirante hacia atrás. Entre sus cejas una especie de lunar pintado de rojo. Me abrazó fuerte sin darme tiempo a nada. Quería salir corriendo otra vez, sólo que esta vez una fuerza poderosa y desconocida me lo impidió. La mujer me llevó adentro, el lugar me dejó sin aliento. Alfombras y almohadones recubrían todos los espacios, existía un magnetismo indescriptible. Un sitio desconocido y a la vez absolutamente familiar. En ningún momento la mujer soltó mi mano, hasta que me acostumbré a ella. Me transmitía calidez, confianza. De algún modo me completaba, llenaba todos esos espacios vacios que siempre me habían molestado. No entendía lo que estaba pasando, dónde estaba ni con quién, sin embargo una sensación de plenitud se apoderó de mí.

- Bienvenida, por fin llegas, te esperé mucho tiempo. Me reconocí en su sonrisa.
Mis ojos estaban llenos de interrogantes, que saltaban ansiosos por ser respondidos.
- Me llamo Aishwarya y soy tu hermana. Fuimos separadas al nacer. Sus palabras descorrían lentamente un velo que hasta ese momento ignoraba que existía.
Preguntas que nunca fueron formuladas se encontraron con las respuestas que había venido a buscar.
- ¿Como me encontraste?
- Tú me encontraste a mí ¿recuerdas?
Una carcajada liberó la tensión que se anudaba en mi garganta. Abracé fuertemente a Aishwarya, mi hermana. Paladeé esa palabra cual dulce caramelo. Me senté frente a ella y dije:
- Ven, tenemos mucho de qué hablar.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nelly

Llegaste unos minutos después que yo. Te sentaste a mi lado, justo frente a la puerta del consultorio. Era temprano y aún no había muchos pacientes esperando. La conversación fluyó y en pocos minutos sabíamos mucho más la una de la otra de lo que se podría imaginar entre dos desconocidas.


Supe de tu dolor, conociste mis miedos. Los velos de las confesiones que uno guarda para si fueron descorridos con increíble naturalidad.


La doctora llegó y nuestro tiempo compartido terminó, dejándonos hambre de más.


Nos despedimos apuradas, sabiendo tan sólo nuestros nombres...


Todo el día pensé en vos, me trajiste recuerdos de personas que ya no están a mi lado. Sentí la tibieza de tu corazón que con una mano invisible tocó el mío. Por unos minutos las ausencias se llenaron de vos.


Seguramente nos habíamos conocido en otra vida, en otro tiempo, en otro espacio. .. La conexión que tuvimos no pudo haber nacido ayer. Sentí que alguien desde algún lugar me mandaba un mensaje a través .tuyo. Tuve la suerte de comprenderlo, de que no pasara desapercibido.


Sé que volveré a verte, quién sabe, algún día, en algún lugar... Es que aún nos queda mucho por hablar...

viernes, 14 de diciembre de 2012

Una tarde maldita


Su piel era tan blanca, tan suave, tan tersa. Su aroma lo envolvía, lo atraía como un imán. No pensó que estaba mal lo que sentía, no censuró esa atracción que ella le provocaba.  Aprovechó una tarde en que se habían quedado solos. La llamó y comenzó a excitarse con solo verla aparecer. Era tierna, dulce, angelical. Un cosquilleo en su ingle desencadenó lo que tanto tiempo había soñado, hacerla suya, poseerla, ser su primer y único dueño.
El mundo rosa, mullido, acogedor se transformó en un instante en una caverna fría y oscura. No comprendió porque, no sabía qué hacer con ese dolor que la desgarraba por dentro. Quería gritar, mas su grito quedó petrificado bajo su peso, su fuerza, estrellándose y haciéndose añicos, como un espejo roto en mil pedazos. Y cada uno de esos vidrios se incrustaba a un mismo tiempo, provocando un dolor indescriptible. Le dolía el cuerpo, si, y le dolía más la decepción, la sorpresa, el derrumbe de su vida.
No sabía a quién acudir, él le había asegurado que nadie le creería, que la tomarían por loca, que la encerrarían… No supo qué hacer, por algún motivo le creía, a la vez que le temía. Su alegría la había abandonado aquella tarde para siempre. Nunca más volvió a sonreír. Se limitaba a hacer todo lo que esperaban de ella, era como si viviera en piloto automático.
La escena se repitió una y otra vez. Durante seis largos años. Seis largos años que le fueron robados, ultrajados, asfixiados. Seis largos años de almohadas empapadas, de sueños aplastados, de inocencia arrebatada. Seis largos años que ella tomó un día entre sus manos temblorosas y tomó una decisión  definitiva.
Cuando abrió la puerta se sorprendió de ver a dos policías. Traían una orden de arresto. Las palabras comenzaron a hacer piruetas en el aire, dejó de escucharlas, sólo algunas sueltas llegaban a sus oídos…denuncia… acompañar…tiene derecho… callado….en su contra…Su cerebro se negaba a  cooperar, ¡no era posible! Le estallaba la cabeza que se tomó con ambas manos, no, no era cierto, su chiquita, su propia hija lo había denunciado.